WASHINGTON— La presentación del primer presupuesto del Gobierno el jueves en la Casa Blanca no fue un acto burocrático más; tampoco fue una receta coyuntural para sacar a Estados Unidos de la crisis económica —en las últimas semanas ya habíamos escuchado diversas explicaciones en ese sentido—; lo que anunció Obama, flanqueado por Timothy Geithner, Secretario del Tesoro, y Peter Orszag, jefe de presupuestos de la Casa Blanca, fue la propuesta de ingeniería gubernamental más ambiciosa de los últimos 60 años.
Un plan a la medida de los retos a los que se enfrenta el país; una prueba irrefutable del posicionamiento político del nuevo presidente.
Se trata, para ser exactos, de 3,55 billones de dólares que tienen como principal objetivo nivelar las disparidades sociales después de 30 años de una política económica diseñada de arriba a abajo —la famosa trickle down economics de Ronald Reagan—.
¡Basta!, vino a decir Obama metafóricamente con la presentación del presupuesto.
Los riesgos políticos y económicos son evidentes: un aumento del gasto superior a cualquiera desde la Segunda Guerra Mundial que, de aprobarse, provocará que emanen de Washington ríos de tinta roja durante el futuro previsible.
El presupuesto, aseguró un Obama enfático y seguro, “rompe con el pasado” y cambia el curso de una “era de profunda irresponsabilidad de la que fue parte tanto al sector privado como las instituciones públicas”. No lo podría haber dicho más claro.
Vine a Washington, continuó el presidente, “a impulsar el cambio que exigió el país cuando votó en noviembre. Este presupuesto es el comienzo de ese cambio”. Sólo el primer paso de un largo camino.
Charles Krauthammer, columnista conservador del Washington Post, lo llama el “Obamaist Manifesto” y lo compara con los retos clave de Lyndon Johnson y John F. Kennedy. Medicare —lo más cercano que tiene Estados Unidos a un sistema de salud pública— en el caso del primero y el reto de alcanzar la luna en el segundo.
¿En qué consiste la radicalidad de la propuesta?
El cambio de fondo es nada menos que asignarle una nueva función al Estado: de un facilitador relativamente pasivo —el credo Republicano—, Obama propone convertirlo en un impulsor activo sin complejos dispuesto a realizar inversiones masivas en diversos sectores estratégicos.
Como ya adelantaba la semana pasada, el eje de la propuesta contempla la transformación de la seguridad social, de la educación y la manera en la que se combate el cambio climático.
Aunque faltan detalles importantes por definir, en los últimos días conocimos que, en el primer caso, Obama propone un fondo de 634.000 millones de dólares a diez años para finalmente deshacerse de la peor lacra social de Estados Unidos: 50 millones de personas sin cobertura médica; un tema que ha estado en el tintero desde Lyndon Johnson y que atormenta al partido Demócrata desde entonces.
Los detalles dados a conocer sobre los cambios en materia de educación apuntan en dos direcciones: la nueva Administración parece dispuesta a encarar a los poderosos sindicatos del sector y crear programas de recompensas económicas basados en el desempeño de los profesores —una propuesta frecuentemente torpedeada por los sindicatos—; también propone poner sobre la mesa fondos públicos para nivelar las enormes disparidades en el sistema de enseñanza.
El tercer tema es quizá el más revolucionario: enfrentar el reto del cambio climático desde un ambicioso rediseño de la economía. Esto es, convertir a Estados Unidos en una verdadera economía postindustrial que lidere la lucha contra el cambio climático no sólo predicando con el ejemplo, sino, creando una nueva concepción del crecimiento en la que se incorporen plenamente los costes ambientales.
Aunque en este rubro también faltan por conocerse detalles importantes, el giro fundamental radica en el cambio de política respecto a los programas de compraventa de derechos de emisiones de dióxido de carbono. Estados Unidos recula su posición de los últimos ocho años y se suma al consenso de Kioto —sin firmar el tratado, que se renegociará en Copenhagen en diciembre—. Por medio de un impuesto a las emisiones —algo que Bush siempre resistió— la propuesta busca matar dos pájaros de un tiro: establecer un tope a éstas al tiempo que se da un fuerte impulso a la investigación en energías renovables.
¿Qué sigue? La presentación del jueves es sólo el comienzo de la negociación con el Congreso. Los Republicanos prometen una dura oposición. La clave estará en el Senado, en donde el Gobierno necesita al menos dos votos republicanos. Aunque su aprobación es factible, ésta no sólo no está asegurada, en la negociación Obama se jugará una buena parte de su capital político.
La clave estará en la habilidad del Gobierno para desactivar —o al menos neutralizar— la resistencia de los intereses especiales: lobbies militares, farmacéuticas, aseguradoras, agroindustria.
Lo que Obama hizo el jueves no fue otra que cosa que declararles la guerra.
Estos intereses, dijo el presidente el sábado en su mensaje semanal, se preparan para dar la batalla de sus vidas; mi mensaje a ellos es, remató Obama, “yo también”.
Comienza el combate.